viernes, setiembre 29, 2006

Da, Niet, Spassiva


¿Sabes algo, mi amor? Cuando te miro, con tanta cerveza encima y con esta pollada con ají que me he comido, te voy a decir algo, ¿ya? ¿me estás oyendo, no?. Ya, escucha.... Uno, que ayer me dijiste que no te gusta que el piso sea de tierra y que este techo de calamina y toda la hu’aá... que tu sillón de peluquería ya está con el forro gastado y eso que sólo cobras un Sol por el cepillado y tres por el corte, ¿ya?, dos, que en tu espejo casi no se ve nada y que está roto yo no soy el que tiene la culpa, ¿ya?. Сейчас возникла необходимость в переустановки программного обеспечения. При этом возникли проблемы, ы не предоставили компакт... No, no, aguanta, aguanta. No me digas que es mi culpa que a veces no comas, ¿ah?, no comes porque nadie viene aquí. Yo sí como porque en el paradero de la combi siempre alguien me presta para un menú, y ya tú sabes, Miluska, ¿ah?, no me jodas. Tú sabías que la vida iba a ser una mierda cuando te viniste conmigo al arenal: que no ibas a tener agua, que ibas a tener que cagar en balde, que no ibas a tener tus comodidades, sólo un radio, todo eso sabías. Que ibas a tener que trabajar como una bestia también, ¿ya?. Yo te dije, acuérdate, que no iba a poder comprarte ni tus calzones ni tus sostenes, ni tus zapatos de plataforma de ésos que te gustan, ¿ya?. ¿драйверами. Подскажите, что мне делать? Играют только фронтальные колонки. Программное обеспечение было установлено Вами при покупке... ¿Qué me dices oye? ¡¡Здравствуй!У меня та же проблема, что и у Бориса, только чип!!... Oye, mira, mira, mira... ¿qué culpa tengo yo que las cosas acá en Tablada no sean como allá en Lince, ah? ¿Ah? Ahí sí te quedas callada, ¿no?... ¡Ah, pues! ¡Por eso te digo! Entonces no debes joderme, pues, si no me jodieras, yo no te pegaría, ¿ya?, y no te hubiera sacado de las mechas de la pollada de mierda ésa y no me hubiera gastado las diez lucas de tu entrada, ¿ya?... ‘cha que encima jodes, oe’. предоставили Вы не компакт с драйверами, одскажите, что мне делать?... ¿Qué? ‘Ta que no te mando un cachetadón porque si no después no quieres tirar conmigo. ¡No!, mentira, amor, eso sí fue de broma... добавления товара в корзину Вам необходимо нажать на соответствующую ему цену в верхнем окне. No, no, no... aguanta ahí nomás, no hables huevadas... ¡¡Веньшения и увеличения количества товара в корзине щелкните на кнопках со стрелками!!. Oye, mira no me jodas, ¿ya? ¡диз корзины нажмите на изображение крестика! Y encima, respondona te pones, porque cuando estoy en tragos, tú nunca quieres: te pones a dormir con la boca abierta, como para echarme en cara que te faltan dientes, que porque esto, que porque lo otro... ¡caraaaajo! y ya por último, no quieres ni tirar conmigo, y por eso te pego, pues... ¿Y quién me mandó a mí meterme contigo y quererte tanto? ¿ah?... ¿quién me mandó a quererte tanto, Miluska? quién, carajo? Yo solito, Miluska, porque ¿sabes qué?... ¿de verdad quieres saber por qué? ¡Porque ningún conchesumadre me va a venir a decir a mí qué carajo hacer con mi vida!. Y si me vine acá contigo fue por mi gusto, ¿ya?. Y que te quiero, sí te quiero, y eso no le debe importar a nadie, Miluska, ¿ya? ¡Y por último, carajo, si no te quieres dar la vuelta y hacerlo conmigo te cambio, carajo!. ¡оформления заказа нажмите на кнопку 'оформить заказ'. Произойдет полное оформление заказа с указанием адреса доставки, электронной почты !... ¡Ah, carajo! ¡qué tal concha! ¡o sea, encima te molestas y quieres yo me dé la vuelta!. ¡Que yo me dé la vuelta! ¡qué te has creído, Miluska! ¿¡qué te has creído, carajo!? ¿acaso crees que soy como tú, ah?... ¿crees que no he nacido hombre macho, carajo?, que por último ¿qué culpa tengo yo que tú no llames de verdad Miluska y de por eso te sientas como una cagada, ah?... ¿Miluska?... ¡Ja! ¡Willliams nomás!, ¡maricón de mierda!...

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lunes, julio 24, 2006

Corbeaux


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Señor, cuando el frío esté en la pradera,
Sobre la naturaleza sin hojas
Se abatan desde el gran cielo
Los primorosos, adorados cuervos.

Arthur Rimbaud,
‘Los Cuervos’, 1871.

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Es de noche cuando bajo el follaje escaso del castaño me rebujo, temblando bajo el capote. A lo lejos, mientras silba un mortero, mi mente corre al soldado en el estanque, flotando boca arriba con el enorme hueco negro en la barriga llenándose de esa agua negra y maloliente de la que bebí hoy, alocado por la sed. Vuelvo a sentir el espasmo pleno, la inacabable angustia de esperar la explosión, el rezo para que no volverme un amasijo de metralla y carne en esta tierra oscura. El mortero explosiona, lejos. Me pongo de pie. Vomito.

Me llevaste en el tren de Arles a Paris, como a todos los otros campesinos que se montaron conmigo, y a punta de gritos y de golpes en dos semanas me hiciste poilu... Dices que estos veinte días en el frente aún no me enseñan nada con el fusil. ¡Claro!, con estos ojos jamás podré hacer otra cosa. No sé por qué me trajiste si te dije que sólo sabía arar y cultivar cebada, que era bueno para eso y para nada más... Pero ni con eso callas tus gritos, Bouchard. Te odio, sargento Bouchard. Te odio, por imbécil y mentecato. No paraste ni cuando te dije que me asusta la noche, que casi no ver es sentir todo volverse una mancha enorme, que no arregla ni el entornar fuerte los ojos, así. Marsellés de mierda, no quisiste ni oirme aquello de que las noches sin luna me asustan más, porque cuando es domingo y no hay luna, los cuervos te distinguen el brillo de los ojos y ahí nomás te comen los ojos, que por eso en noches sin luna no salgo, que me quedo en casa haciéndole sopa a los perros. Y peor, que se te haya ocurrido decirle al capitán que sí, que el bosque lo tomábamos hoy, justo hoy, maldito domingo de cuervos, hasta el último hombre y a punta de bayoneta... hasta el último de los ochocientos hombres que fuimos, Dorval Bouchard. Hasta mí, el último de tus hombres, el único de todos que supo correr.

Escupo. Me limpio con el dorso de la mano y levanto la cabeza. Los árboles parecen manos negras y terribles. Me arrodillo, de espaldas al castaño. Pongo el fusil con la punta hacia arriba y repaso a ojos cerrados la bayoneta con los dedos. Oigo el crujido, levísimo, y quedo sin respiración (ha sido cerca, muy cerca). Alguna patrulla alemana que me ha oído, pienso. Llevo la mano al cinto y al sentir la cartuchera vacía un escalofrío de muerte me recorre la espina... Apoyo la espalda en el árbol y me pongo de pie, despacio y sin ruido. Siento más crujidos y en la oquedad, la certeza de que alguien me ha escuchado y también me acecha. Mis manos se crispan mirando lo oscuro del cielo. Siento a alguien acercándose con pisadas sigilosas, de mí apenas a tres, a dos pasos... Mi grito y su grito se mezclan terrible, pavorosamente, mientras las bayonetas buscan nuestros cuerpos. Ha debido venir agazapado y no se ha enterado que ya estoy de pie. Algo en su cabeza cede ante mi embestida con ruido sordo mientras delante de mi pecho cruza su bayoneta enganchándose en mi piel y en mi capote. Caemos, mientras él se sacude en arcadas terribles y chillidos que se ahogan de a poco. Veo que mi lanza le ha atravesado el cráneo por uno de los ojos. Aterrado, suelto el fusil y me levanto de un salto, acercando mis ojos miopes al rostro desfigurado del cual arranco mi bayoneta sólo para darme cuenta de que eres tú, Bouchard, maldito, que no habrá malas nuevas para entregarte allá más tarde, en nuestra retaguardia.
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Esquina de Rodó


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Mientras aguardaba la llegada del tranvía, pensaba en que ella aparecería en cualquier momento. ¿Qué le diría?... Ugarte sintió que esa inquietud le empezaba a afectar cuando se sorprendió aprisionando el portafolios nerviosamente. La instrucción recibida del doctor Azcárraga era precisa: esa cliente no debía perderse, los medios no importaban.

- ¿El Sr. Manuel Ugarte? –dijo una voz a sus espaldas-
- Sí, soy yo – dijo el muchacho, volteando-
- Mucho gusto, yo soy la Sra. de Hilliger –dijo la mujer, tendiéndole la mano-. Ha sido Ud. bastante puntual. El que llega es nuestro tranvía. Subamos.
- Sí, Sra., de inmediato... –dijo él, sin reacción-

Mientras discretamente se secaba el sudor de las manos en las perneras del pantalón al sentarse en el vagón, Ugarte se fijó en el porte distinguido de la mujer. Llevaba un vestido gris de mangas largas y cola discreta y se tocaba con un sobrio sombrero calado. Sus manos eran finas, llevaba las uñas pulcras y muy bien cuidadas. Olía divinamente.

- Sr. Ugarte, debo agradecer al doctor Azcárraga que le haya permitido ausentarse del Estudio esta mañana para asistirme con esta diligencia, y a Ud. por llegar a tiempo.
- ¡Ah!, Sra., no se fije... Hay muchos clientes del Estudio que nos citan a horas de lo más inusitadas... Hace poco me tocó atender a un cliente que...
- ¿Le dijo el doctor Azcárraga por qué lo ha enviado específicamente a Ud., Sr. Ugarte?– dijo la mujer, sin tomar interés en sus palabras, escrutándole el rostro-
- No. No, Sra. Me mencionó apenas que...
- ¡Mejor! –repuso ella, tajante-. Luego le explico yo, así ahorramos palabras. El doctor Azcárraga ha sido amigo cercano de la familia desde antes de que yo enviudara; su apoyo y consejo personales han sido para mí de gran valía en la gestión de mis asuntos privados, como Ud. seguramente sabe. Dígame, ¿cuánto hace que entró Ud. a trabajar en el Estudio?...
- Pues... hace unos cinco meses, Sra. No más allá de eso.
- ¡Ah!, casi coincidente con el viaje de bodas del nuevo matrimonio del doctor Azcárraga. Seguramente las nuevas ocupaciones familiares estarán tomándole al doctor parte del tiempo que antes dedicaba a la atención de sus clientes más privilegiados... ¿no cree?.
- Yo creo Sra. que, en realidad, no es que el Estudio haya estado desatendiendo los asuntos de Ud., sino que...
- Ya conversaremos con mayor detalle acerca de eso, Sr. Ugarte. ¡Llegamos!. Es aquí. ¡Bajemos!.

El tranvía se detuvo frente a la casona que hacía esquina con la calle Rodó. Ugarte tomó el portafolios y se levantó del asiento simultáneamente con la mujer. Cuidando la cortesía, se apeó antes que ella, turbándose al darle momentáneamente la espalda y sentirse mirado. Se percató que ella levantaba los ojos al tiempo de alzar levemente el mentón y las cejas, señalando en dirección a la casona. Caminaron uno al lado del otro los pocos pasos hasta la verja. Junto a la puerta, esperaba una criada mayor.

- Buen día, Sra., buen día Sr. –dijo la criada, apartándose del quicio-
- ¿Alguna novedad para mí, Flora? –dijo ella, mientras entraban-
- Ninguna, de momento Sra.; ¿atenderá Ud. al Sr. en el despacho?
- Sí, Flora, en el despacho. En el despacho, por ahora. Demos algún tiempo al Sr. Ugarte para ir comprendiendo con mayor precisión todas y cada una de las necesidades que hay en esta casa.

Quién sabe si de haber sido algo más avispado, Ugarte hubiera empezado a comprender el porqué la Sra. de Hilliger era cliente tan privilegiada del Estudio apenas un instante antes de que esos dedos de uñas tan bien cuidadas le empezaran a pellizcar, lascivos, la nalga derecha.
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viernes, junio 23, 2006

Cuestión de tacto


Entonces, la mujer de Onán se dió cuenta que éste, había mejorado la habilidad de sus manos para algunas cosas. Pero se puso triste, cuando le sintió el tacto; torpe y distinto, a la hora de acariciarla.

hp, junio 2006

jueves, mayo 11, 2006

La Muchacha Que Fuimos (Perdonando la Discordancia)


El día en que se empezó a escribir este diario ni ella ni yo sabíamos que iba a parecerse tanto a una de ésas libretitas de ‘Hello Kitty’, ésas que se abren y se cierran con llavecitas ridículas. Estaríamos ella, irremisible admiradora de los Sex Pistols y yo, el del temor a que mi nombre completo apareciera allí. Por eso, al blog le pusimos...

Como las cosas que yo escribía, todo se fue desarrollando de modo espontáneo, sin que ella o yo pusiéramos empeño en ir más allá de este monstruoso cadáver exquisito que íbamos componiendo a cuatro manos. Escribíamos todos los días y así posteábamos las ideas, pero, pese a todo, aún teníamos espacios para la conversación liviana y no comprometida de un Messenger por las tardes (ella tenía la sospecha de que su pareja usaba algún lector remoto de pantallas que operaba en su computadora en modo stealth). ‘¿Cómo anda el clima?’, ‘¿Oíste aquello de Lou Reed?’, ‘¿Saliste temprano de dictar hoy, no?’: eran todas frases que bien se hubieran podido decir entre amigos de modo inofensivo. Todo eso escondía nuestro algo.

Al responderme el día en que la llamé por primera vez, tras seis meses de chat y blog, me di cuenta de que su voz era débil, distante de la que yo siempre había imaginado. Al fondo correteaba su hijita (también a ella le oí la voz). ‘Me cago por ti’ –me dijo-. ‘Y yo’, le dije, con el agobio de decir algo que no brota espontáneo, que se atora en la garganta. ‘Feliz día, que la pases muy bien...’.

Me enteré que murió de enfisema. O lo imaginé, no sé.

Acaso sea por eso que la muchacha que ambos fuimos, aquella que a veces sonreía y que meticulosamente guardaba la llavecita en el cajón chiquito de la cómoda cada vez que, primorosa, anotaba otro de nuestros sueños, haya empezado a menstruar hoy.
Carlos Barrientos G., Julio 2004.
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lunes, abril 17, 2006

Feu

Cuando nos habíamos ya alejado del bosque y nos guarecimos dentro de la cueva, ella echó sobre el piso las cosas que había ido recogiendo por el camino. Puso entonces dos o tres cortezas de tronco sobre un manojo de hierba seca, tomó dos palillos y los empezó a frotar entre las manos, con movimientos de espiral desde arriba y hacia abajo, rápidamente, una y otra vez, una y otra vez. Yo miraba sin entender qué hacía. Poco después percibí que un llama diminuta brotaba por entre la hierba, mientras una delgada columna de humo empezaba a velarle los ojos. Me miró con aire de superioridad y levantó las cejas, tentándome. Cuando sentí la quemazón en el dedo, tras ponerlo en una brasa, quedé boquiabierto y temblé, aterrorizado. Su fuego era cierto. Tomó una ramita y capturó un poco de éste en la punta. Lo fue acercando a mis ojos, que bizqueaban. Me lancé al piso y la tomé de los pies (algo gruñí, seguramente). Ella me apartó riendo dejándome ver sus desnudos y púberes pechos; volvió a señalarme la pequeña hoguera, el lugar de su fuego. Entonces levanté la cara y cerré los ojos ante ella, en señal de enorme respeto.

Click. La tapa de su encendedor cae bruscamente. Con un soplo delicado ella deshace la voluta azul del Cartier Vendôme mentolado que acaba de prender, impregnando el filtro de rouge oscuro. Entrecierro los ojos por el dolor de haberme quedado mirando fijamente la llama. Ahora el humo sube delante de sus ojos mientras levanta la copa de champagne hacia su boca. ¿Y ahora por qué me miras así?... ¿acaso te doy miedo?, me pregunta, entre risueña y maliciosa. Nada. Un déja-vu o algo así. Un déjà vu, le digo, mientras las puntas de mis dedos empiezan a erizarle, entre devotos y agradecidos, la piel de su bellísimo cuello.
Carlos Barrientos, Abril 2006.

lunes, abril 10, 2006

Skyscraper Melody

Desde el piso veintitrés, en esta torre de cristal y acero que tiene más de cien, quedo absorto contemplando el furioso aguacero que cae sobre la ciudad (reconozco ser muy malo con esto de lluvias, impermeables y paraguas: yo nací en el desierto). Me arrebujo intranquilo y tímidamente, con la punta del pie, empujo la escupidera hasta ponerla bajo la gotera que ha empezado a formarse justo al lado de mi escritorio. Aún no quiero pensarlo, pero seguramente habré de rezar si es que el goteo comienza a hacerse preocupante.

Carlos Barrientos, Abril 2006.

domingo, marzo 12, 2006

Caja De Música


Era dorada y mi abuela la ponía sobre su velador celeste. Estaba cuarteada y sus años tarareaban clinclines de asilo, desdentados. Tal vez por eso ya había adquirido todas las manías de mi abuela. Dos de mis hermanos me contaron que una vez entre ellas dos habían fundido treinta y siete fusas en chocolate y metal dizque para pasar los malos tiempos, y que a duras penas doblaron y anudaron de a poquitos un montón de pentagramas sólo para ponerlos dentro de bolsitas de plástico que escondían debajo de la cama; a mí casi me constó eso en las veces en que entraba de improviso y las sorprendía, traviesas (¡ah!, ¡es que las dos sabían sonreir tan lindo, con esa risa blandita tan propia de las abuelas!).
Como fuere, sé que aprendí de su secreto en la tarde en que ella, con el baulcito abierto, y con los ojos cerrados, la otra, cuchicheaban del día en que las ruedas, pines y resortitos se volvieron cómplices de todos esos amores y de todos aquellos bellísimos sweet surrenders ocurridos a ritmo dócil de waltz... Fue bonito comprobar que -en lo que duró ese compinche y romántico parloteo- la caja no desafinó ni una sola vez.
De ahí en más, todo me resultó más fácil. Una vez conocido ese secreto, me explico el porqué de que jamás yo desafine: ¡es que llevo el corazón afinado en clave de Amor Mayor!
Carlos Barrientos, Setiembre 2003.

martes, enero 31, 2006

Craps

"The sacred geonetry of chance,
The hidden law of probable outcome:
The numbers lead a dance"

'Shape Of My Heart', Miller / Summers, 1985.


La escena está comenzando a rodarse (Foro 4).

Es de noche. Al fondo, un escenario pintado que asemeja un muelle. La Panavision de 35 mm. inicia el travelling aproximándose por detrás a un grupo de hombres acuclillados sobre la cubierta de un barco. Pantalones de pliegues, camisas con las mangas cortas dobladas hacia arriba, bigotes delgadísimos, peinados de copete alto y gomina, algunos gorros marineros. Una voz en off:

Hace una semana que he llegado a Veracruz. A hoy, eso es una eternidad completa. Llegó el momento de tomar una decisión: partir o quedarme... Como si todo pudiera reducirse a eso. Partir o quedarse...

La cámara, rodando sin ruido por un riel sobre el piso, bordea el círculo de hombres. Juegan a los dados, se les enfoca a las caras: se miran brevemente entre ellos, asienten. Zoom in: rostro del hombre en sus treinta, un rulo cae sobre su frente.

- Eche los dados, es su turno –dice uno-.
- Siete, siete, siete… -dice él, con una media sonrisa. Frota los dados con las manos cerradas, los sopla. Mira en derredor sin mover el mentón-
- Craps, ¿eh?... curiosa manera de decidir si zarpa hoy, ¿no, amigo?, -dice un tercero, alisando dos billetes -.
- (Mirando al tercero, de lado) Uno nunca sabe en qué puerto lo va a dejar el destino ¿no cree?. -y lanza los dados, que ruedan sobre la madera clara-.

La escena ha comenzado a rodarse hace veinte minutos (Foro 5).

Encuadre francés. Junto a una ventana abierta, una cama a medio destender. Larga galbana de domingo, olor a siesta, dos cuerpos calientes y respiraciones satisfechas. La radio encendida, una voz de atardecer, femenina, confesando en portugués dulcísimo:

Si acaso me quisieras sobre todas las mujeres / Sí, a mí, de la que hablan todos por ahí / Anda, dame rienda, tómame en prenda / Yo te hablaré de bondades, te diré medias verdades siempre a media luz / Y serás amo y maestro, preciado poseedor / Mas a la mañana siguiente, si aún me quieres no te apartes de mí / No, no me digas nunca que te veré partir…

El cielo es el de Río de Janeiro, teñido de un rosado-celeste indiscreto, irrespetuoso, sensual.

- ¿Hueles eso? -él mira al techo, la cabeza de ella descansa de lado en su brazo-.
- Mmmmm... sí. Huele a pan, ¿no?... -susurra ella-.
- Huele a pan.¿Te acuerdas?.
- Sí.
- Oye...
- ¿Mmmm? -ella remolonea y se acomoda, frota la barbilla sobre el brazo de él con los ojos aún cerrados, lo huele-.
- Uffff... ¡qué calor hace!... -se levanta, desnudo; camina despacio hacia la ventana, apoya las manos en los bordes y mira al infinito. Suspira-.
- (El mentón aún sobre la sábana, los ojos abiertos) ¿Y...? ¿Decidiste?...
- (Sonriendo y mirándola de lado) ¿Y si mejor lo dejo a la suerte?...

Claqueta y corte (Foros 4 y 5).

El blanco y negro se va haciendo de colores, el telón del escenario cobra dimensión, se vuelve un muelle sobre la bahía de Guanabara.

Llega el ocaso, gerundio, como un pincel enjuagándose en el agua.

En la cubierta de un barco, dos dados ruedan, atemporales.

Carlos Barrientos, Junio 2005.

lunes, enero 30, 2006

Negro. Sin Filtro.


Esa tarde estábamos reunidos Babs, La Maga y yo. En el pickup sonaba un tema de Charlie Parker, y mientras me fumaba lo que tranquilamente podría ser mi último cigarrillo en semanas, no podía dejar de pensar en lo singular que era mirar el humo azul teniendo a París como telón de fondo cuando hay un terrible aguacero. Sudando frío y con una inquietud molesta, en medio de la música oí un rumor repitiéndose (no sé, acaso sería el scratch...). Pensé que mi vida no era la vida del personaje gris inventado por un escritor tan gris como yo, ni que estaba con Babs ni con La Maga, que no llovía afuera y que el humo en vez de ascender, regresaba quedamente hasta la brasa leve de mi cigarrillo. Se me ocurrió pensar que estaba desensamblando un universo y que me estaba inventando otro, del lado de un computador que sonaba a Queen y que, tranquilamente, me ponía a escribir sobre un teclado con las dos manos. Debí hacerme otro hombre, porque me sentí menudo y mayor (no tengo cómo saberlo). Entonces me fijé que el escritor podría ser yo, y que todos los hombres podrían ser yo, en la infinita repetición de una mirada que apunta a los humos que salen de un cigarrillo, que tienen como fondo a la lluvia, que son nostálgicos y están llenos de ennui... Babs, La Maga, La Maga, Babs. Tal vez sí, visto desde mi perspectiva, desde este sillón viejo y maloliente que soporta mi abrigo gris, mis zapatos negros y húmedos, mi temblorosa humanidad, quién sabe si me gustaría ser el otro, el que está detrás de mis ojos. La Maga, Babs. Babs, La Maga. Charlie Parker, Queen, cincuenta años de por medio, prestándole al intruso mi perspectiva de trompetas y jams y él prestándome la suya, de pianos, sillón verde, pullover de lana azul y quieto olor a Davidoff. Pero no. No me place la complicidad cómoda y burguesa que él quiere encontrar sólo porque mira al infinito entre humos tristes y lluvias leves. Preferiré sentirme muy distinto a él y verlo quebrarse cuando se quede solo, cuando me lleve a Babs y a La Maga y él las empiece a extrañar de un modo angustioso y terrible. Cuando eso pase, el cielo estará gris y lluvioso, la música seguirá sonando y él encenderá un último cigarrillo, pensando en que Babs y La Maga estarán ahí sólo porque él lo escribe.
Carlos Barrientos, Febrero 2001.

viernes, enero 27, 2006

Accidente


Beta apagó el interruptor y entró al habitáculo atemorizado como un niño. Alfa, que dormitaba sobre lo que parecía un capullo blanco y aterciopelado, se asustó al ver los ojos de su compañero, enormes, negros y vacíos. Luego le dijo:

- ¿Por qué ya no nos movemos?.
- Es que creo que nos han visto.
- Imposible, tenemos el dispositivo de invisibilidad.
- Se dañó.
- ¿Se dañó? ¡Cómo!.
- Cuando nos dispararon ese extraño proyectil…

En ese instante, Alfa, se dio cuenta que mientras hablaba, Beta se desvanecía. De un lado del cuerpo, una herida visiblemente profunda y mortal, manaba un líquido semejante a la sangre. Seguidamente, un fuerte impacto lo remeció todo. Aturdido en el suelo, se escarapelaba con el sonido de la escotilla al ser violentada y, las luces fuertes que alguien le dirigía directo al rostro. Cuando lo levantaron, lo ultimo que vio al salir, fue el enorme letrero que decía: “Welcome to Roswell”.
Hernàn Polo, Enero 2006.

domingo, enero 22, 2006

Cero punto cero dos centavos


Debo esperar unos minutos hasta que el motor caliente bien. Eso es lo malo en los autos viejos: uno nunca sabe cuando les dará un infarto y quedarán allí, muertos, sin nadie que pueda resucitarlos, como carroña para la corrosión. Escojo un camino rápido para esquivar la hora punta – son las ocho menos cuarto -. Llego a mi oficina, el hastío se inicia al ver los papeles acumulados sobre mi escritorio, al frente las calles de san isidro comienzan a tener movimiento, los clientes inícian su ingreso en la agencia del banco donde trabajo.

Pasan las horas. No hay mucho movimiento, entonces aparece el señor B, un israelí avaro de la colonia judía, delgado desde que le quitaron la mitad de su intestino, con su cabello blanco y rumiando goma de mascar sabor a hierbabuena. Se acerca hasta mi escritorio. “Polito, ¡Me están cobrando dos céntimos de dólar en mi tarjeta de crédito!, ¿A qué se debe?”, Reniega.

Reviso su tarjeta de crédito en mi sistema, efectivamente adeuda ese insignificante monto. Trato de explicarle que se debe a un saldo que olvidó pagar. Se pone rojo, le sube la sangre, arma su típico escándalo, le hablo bonito y, termina por tirarme los papeles sobre el escritorio, luego se larga.

“Santiago”, le digo al muchacho de caja, “Paga en la tarjeta del señor B, cero punto dos céntimos y los debitas de mi cuenta”.

Por el ventanal sigo los pasos del judío mientras se va. Así continuará mi día, ahora comprendo a Hitler.
Hernán Polo, abril 2005

sábado, enero 21, 2006

Carta De Alosyus Sensinni


Cuál es la forma correcta de medir el tiempo. Por qué preferir la terquedad de engranajes y agujas si existen pulsiones más confiables. Digamos. El vaivén del mar de oscuridad y destello que deja tu mirada. El vuelo de tus manos, desperezándose para tomar con asombroso descuido alguna extremidad del mundo. Sordos movimientos que concluyen y reinician universos sin aspavientos, sin la exigencia de gritar un mediodía cualquiera. Y si el tiempo no fuera más que un curioso bicho al que debemos enseñar a marchar de regreso. Volver al desamparo de saber que sí existes y no tener certeza de tu propia búsqueda. Reconstruir nuestras voces iniciales, tímidas caricias que atraviesan muros y distancias. Restablecer la sumisión al primer contacto con tus labios. Reincidir en el temprano descubrimiento de la supremacía de escuchar y ser escuchado sobre cualquier urgencia de la piel. Y si el tiempo no fuera más que un bicho que se revuelca de patas y caparazón en el lodo del presente y se alimenta a desesperados bocados de un futuro incierto y viscoso. Entonces, no queda otra cosa que escuchar el crujido del tiempo debajo de la presión de mis zapatos. Ya no está, no existe más, adiós tiempo. Si no existe, no podrás acusar de necedad el que sienta por ti lo que uno siente cuando empieza a querer a otra persona, sin más, sin importar que hoy sea hoy y que los días de conocerte sean apenas unas cuantas hojas que no alcanzan a cubrir los restos del tiempo.

* Carta reproducida con autorización del autor, sin pretensión de beneficios ni ánimo de contravenir derechos de copyright (o copyleft, que no es lo mismo).

viernes, enero 13, 2006

Lab



¿En qué piensas?, dijo ella, apenas terminaron de hacer el amor. Él bufó, aburrido. Siguió callado y, para dormirse, contó una y otra vez los espacios de las varias costillas que Creador le había birlado en todas estas noches de ensayo y error.

Carlos Barrientos, Enero 2006.