jueves, noviembre 24, 2005

Página En Blanco



Al instante sublime en que la página aún está en blanco, with love and squalor.


EL DINOSAURIO

Había galopado sobre sus huesos anchos y quejumbrosos apenas unos segundos. A él le pesaron demasiado las dos semanas sin verla, y luego de un gemido tosco de moribundo, cerró los ojos para tentar el sueño. Ella prefirió permanecer desnuda, y aprovechó para reconocer los adornos desperdigados sin ningún orden por la habitación: la mosca tallada en madera y el mono de felpa con el sexo al descubierto, la disuadieron de seguir husmeando. Tito, le dijo en algún momento, ¿cómo va tu novela?, y él giró sobre su obesidad, con la única intención de no responder. Estando fuera del alcance de su mirada, ella le echó un ojo a la torre de papeles que tambaleaba sobre el escritorio. Sólo la primera hoja tenía dos palabras anotadas (con pésima caligrafía para su gusto): Cuando despertó. Ni siquiera una frase, se dijo, hastiada de tanta holgazanería. Tito, volvió al ataque ella, ¿te gustan los dinosaurios?.
Augusto Effio, Noviembre 2005.
EL ÚLTIMO RETRETE
Tres veces alcé la mano para ir al baño. La maestra, como leyendo mi mente, accede una vez más a darme permiso. Los demás estaban con la cabeza abajo moviendo los lápices a un solo ritmo. Corrí sin parar hasta encerrarme en el último retrete de los servicios del primer piso. Me desabroché la correa y baje los pantalones hasta el final, no por necesidad de cagar, sino, para aparentar estar ocupado por si alguien venía. "Maldita composición", pensé, el tema : "La visita del Papa al Perú". Me recliné en la pared como dejando que las frases, fueran viniendo solas, suspiro, no quedaba mucho tiempo.

Un par de horas después, sonó el timbre de la salida seguido del bullicio de los alumnos por irse a casa. Nuevamente silencio. Me subí el pantalón, corrí el pestillo y fui al salón para recoger mis cosas. El sitio estaba solitario y a oscuras. Sobre mi carpeta, el lápiz hacía guardia al papel en blanco, tal como los dejé antes de mi huída. Fue entonces, que empecé a sentir un retorcijón, justo al centro de mis entrañas.
Hernán Polo, Noviembre 2005.
BAKER STREET

La mancha de la gota de tinta empezó a esparcirse lentamente desde el momento en que se detuvo a pensar -con la pluma estática y recién humedecida a una pulgada sobre la hoja de papel en blanco- en cuáles serían las exactas palabras que resucitarían al héroe después de tan monstruosa caída.

Bajó la mano y escribió: "Una vez que Holmes hubo salido del pozo...".

Súbitamente, la mancha de tinta en la esquina del papel adoptó una forma que le era angustiosamente opresiva. Dejó caer la pluma y tapándose la boca con ambas manos dio un brinco hacia atrás, horrorizado.

Pocos pasos detrás de Holmes, Moriarty estaba sacudiéndose el polvo de la capa con las manos.

Invicto.

Malignamente, sonriéndole.
Carlos Barrientos, Noviembre 2005.

lunes, noviembre 21, 2005

Hanan Pachaq Llanq'y (O Tocar El Cielo, Que Le Dicen)




Bolero

El crujir de los tablones en el salón, se disimulaba muy bien con los compases adormilados de la música. A Herminio no le gustan los boleros, pero el aguardiente anegado en sus pupilas y en los recuerdos de su mala fortuna con las mujeres, lo obligan a tomar el talle de su acompañante e improvisar un par de pasos de desagravio. ¿Cuánto por subir?, se apresura a requerir Herminio, viéndola a ella posar la cabeza sobre su hombro. Son cincuenta, dejas veinticinco en la barra y el resto me los das a mi, al final, explica la muchacha, desentendiéndose de la melodía que mueve sus caderas. A mitad de los escalones, Herminio se anima a pellizcar el bulto que encuentra al final de la espalda de la muchacha. Ella retrocede con un contoneo firme, en señal de aprobación y demanda que el pago sea por adelantado. Sin contar los billetes, los oculta entre sus piernas, besándose luego la punta del índice y ofreciéndosela a Herminio con los labios apretados. Esto es sólo el comienzo, agrega ella, palpando la erección de Herminio con la otra mano. Ya en el pasadizo, caminan separados. A Herminio le extraña escuchar con absoluta nitidez el eco de los tacones de la muchacha, y nada más que eso. Se dice de inmediato que aún es temprano, y que tal vez sea el único cliente que al que no le gustan los boleros. Ella elige una habitación y arrastra a Herminio a la oscuridad que se abre justo detrás de una puerta. Sin distinguirse el uno al otro, inician con un largo beso en la boca.

Al cabo de unas horas, se les ve nuevamente en el salón. Ahora, la pista de baile está casi desierta. Herminio pide otro aguardiente, tiene los labios resecos. Se inicia la tonada del siguiente bolero y él estira la mano, invitándola a retomar el baile. Ella se queda sentada, libera un suspiro perezoso y responde, diez por pieza, pero esta es la última, ¿de acuerdo?.

Augusto Effio, Noviembre 2005


Creación

Él hace que suba, apurándola.

Sin darle tiempo siquiera a acomodarse sobre el andamio y volcando un tarro de pintura (que cae con tremendo estrépito sobre el mármol, coloreándolo) el aprendiz le levanta las enaguas y la empieza a follar, desvergonzadamente. La estructura, alta y frágil, sigue el movimiento rudo y acompasado de sus caderas mientras la moza se muerde los labios. En algún momento de su afanado meneo ella ha extendido los brazos y ha rozado con el índice, imperceptiblemente, la pintura fresca. Ahora ella le abraza con furia y ruega que la riquísima dulzura que siente jamás se acabe (es celeste, aún a ojos cerrados). Él termina de zarandear -satisfecho, babeante y breve- el primer orgasmo que ha tenido con una mujer en su vida. Se besan, húmedamente. Ella gira la cabeza y, viéndolo todo desde la quietud de la plataforma, piensa en Dios y siente que él es como Adán, desnudo y enorme.

Él hace que baje, sonriéndole.

Piensa: antes de limpiar el estropicio de la pintura sobre el mármol y que alguien lo reprenda malamente debe retocar el borrón que ella ha dejado con uno de sus dedos sobre el fresco. No fuera a ser que en 1980, cuando empezaran las faenas de reparación integral de la Capilla, a esa restauradora de ojos verdes tan bonitos se le pudiera ocurrir pensar (así, echada de espaldas) que ese detalle, tan pequeñito, se le hubiera podido escapar de un modo tan burdo a su maestro.

Carlos Barrientos, Noviembre 2005.


Problema Personal

Me senté al borde de la cama, con las piernas desnudas y bien juntas, apoyando mis codos sobre las rodillas y el mentón en los nudillos, me sentía terriblemente mal. Sara, dormía plácidamente envuelta entre las sábanas, dejando al aire su trigueño muslo. El trajín fue duro. Ahora, miro al techo y callado me pregunto, ¿Por qué me siento tan mal?. Al rato, su mano suave, me toma por el hombro y me dice :"Ya, no te preocupes más y échate a mi lado para calentarnos que hace frío, nos queda poco tiempo". Sin voltear le pregunto : "¿Qué te pareció? ¿Estuvo bien?", se rió con picardía y me respondió, "Con el tercero, creo que traspasé el cielo". Silencio total. Abrí las sábanas y me acurruqué a su lado, pasándole la pierna por encima, se sentía tan bien, que me dormí al instante.

Hernán Polo, Noviembre 2005.

En Solitario


Fruto de la vid, del trabajo del hombre y de un buen Word: mini ensayos en solitario. Hi go, Silver!





Acto Fallido (A Una Foto Del Álbum De La Abuela)

Al caérsele el aguamanil y mojársele las polainas, siguió con los ojos el rastro de agua sepia hasta que ésta llegó al margen, recto y blanco. Levantó la mirada y vio los ojos incrédulos de su gigantesco observador asiendo el fotograma y con los dedos empezando a mojársele. Se alisó el mostacho engominado y se acomodó la levita. "¡Bien hecho!" -pensó- y volvió a quedarse del todo inmóvil.


Caja De Arena

Catufo, Toulouse y Miú-Miú se lamen eufóricos, hocicos y bigotes al confirmarse el veredicto, unánime, mientras pancartas y maullidos de entre el público desaparecen y el fiscal menea complacido la cola. En el banquillo, Curiosidad piensa en los años que le va a tomar cumplir siete cadenas perpetuas.


Cloroformo

Mi papá sí aguanta porque me contó que cuando era chico iba al camal a ver cómo le cortaban el cuello a los chanchos. Se ha molestado conmigo porque salí corriendo cuando el veterinario sacó la tijera, tomó la cola del cachorro y la alistó para cortar. He ido a esconderme lejos y aunque tengo las manos sobre los oídos, dentro de mi cabeza el perrito sigue gritando.



Omnes Viae Romam Ducunt (A Las Calles De Una Ciudad Extraña)

Él: Indolentes de mierda, ya no las quiero. ¡Yo quería ir a La Guardia saliendo por la 72! ¡Miren dónde me han traido, perras malditas!.

Ellas: ¿ Tú no eres de aquí, no? (Ríen, terribles).


Carlos Barrientos, Noviembre 2005.

¡De Cajón!


¿Se han fijado que al salir de un hotel, invariablemente, todos nos fijamos por si dejamos olvidado algo en alguno de los cajones que jamás abrimos mientras duró nuestra estadía?




Natura Abhorret A Vacuo

Me molesta la costumbre que tiene la gente común (no así los que son realmente viajeros) de revisar los cajones del armario y de los veladores cuando se aprestan a dejar una habitación de hotel. Me ha molestado bastante más esta niñita de hoy (la ciega, me refiero) que al abrir este tercer cajón me haya descubierto, así, tan impresentable. '¡Shh!', le dije, y seguí durmiendo.

Carlos Barrientos, Octubre 2005.


Cosas Pendientes

Antes de salir se rascó las manos con desesperación. Vanessa, aún en la ducha, le iba dando órdenes precisas sobre la ropa de cama y que, sobre todo, no se olvide de esconder las pantuflas y la bata con el curioso emblema del Hotel dentro del equipaje -era coleccionista-. Harto ya de esta venia absurda, acomoda las cosas en el maletín, hace un bulto las pantuflas y la bata, pretendiendo esconderlas en el cajón del velador, pero está lleno de lo mismo; va al otro velador, igual. Piensa en el closet, lo abre, en sus respectivos ganchos, una variedad de batas es acompañada de sus respectivos pies felpudos. De pronto, la ducha deja de sonar. Desata el bulto, tensa la correa de la bata y camina hacia el baño silenciosamente, mientras Vanessa, sigue dándole la espalda.

Hernán Polo, Octubre 2005.


Colt .38

Se dan un último beso, alisan sus ropas para disponerse a salir y, qué sorpresa, ninguno recuerda dónde fue que dejaron el tablero con el 2014 atado a las llaves. Mientras él revuelve las sábanas y se toma los bolsillos, ella abre el cajón de la mesa de noche. Una Colt .38 se le presenta ante sus ojos, recortada por el resplandor del pañuelo blanco que le obsequió en su último aniversario. Ella no ha preguntado nada, pero él ha respondido: "pensé que finalmente me dejarías".

Augusto Effio, Octubre 2005.

Historias Siniestras y Mínimas


¿Se han fijado en la torpeza de la mano derecha de un zurdo?






La Mano No Cuenta

El sushi bar no estaba tan concurrido como otras veces. Edwin, tras la barra, con mano diestra hacia los cortes en el pescado para luego aderezarlo en el wasabe y armar una bolita de arroz con su trocito de ebi, maguro o tuna. Lo mismo cuando cortaba los makis y sacaba diez redondos trozos. Al costado, un muchacho de ojos pequeños -japonés a leguas- esperaba impaciente le coloquen los primeros bocadillos.

Una vez servido, separó los palillos de bambú con la mano derecha y la boca, se los colocó en la mano izquierda, que era en realidad una prótesis inerte. Luego empezó a comer apresurado. Edwin, me acercó la orden de sushi y sashimi, notando que miraba fijamente al curioso vecino de barra. "Felizmente está comiendo con la mano buena, porque cuando usa diestra, todo el arroz, que desperdicia".

Hernán Polo, Octubre 2005.


Praxis

Me retiro de la entrevista y, de antemano, sé que no me van a elegir. Demonios, jamás tendré una segunda oportunidad, eso está claro. La fundación otorga una de estas becas cada diez años. Ya me lo habían dicho: la derecha hombre, la derecha, practica un poco con una bolsa de agua o una zanahoria, esos detalles cuentan. Y sí, claro que los detalles cuentan. El mundo entero no está hecho para los zurdos. Tardé un poco en colocar el anular y al índice lo percibí casi como un cadáver y, bueno, al final no estreché sus manos con la decisión y autoridad que se espera en estos casos, estoy seguro. En fin, ya veré la forma de continuar con mis investigaciones. Además, creo que ya se habían impacientado un poco cuando les hice saber que mis estudios para demostar que no son cuatro elefantes sino cuatro rinocerontes sobre los que reposa la tierra, se habían interrumpido por falta de financiamiento.

Augusto Effio, Octubre 2005.

Textura

Y si te fijas, nadie se podría dar cuenta que acaba de salir del Larco Herrera. En serio. Estuvo dos años. Ahora te digo. La semana pasada lo vi en casa de su madre y me dijo que se había regenerado, o al menos, que estaba en eso; parece que también es un tema de lateralidad porque él es zurdo, ¿sí sabías, no?. Espera que ya te digo. Una vez por poquito se desmaya, ¡si no lo haría como una bestia!. Ahora se está curando, según el doctor. Onanista es. Dieciocho veces al día, nueve sólo con la izquierda. No me fijé: cuando se despidió, sí llegaste a darle la mano, ¿no?.

Carlos Barrientos, Octubre 2005.

Detrás del Mostrador


¿Se han fijado en que cuando alguien nos atiende tras un mostrador parece ser de mayor estatura de la que realmente tiene?




Mujeres Contradictorias

Le sirvo la última cuba sin sacarle los ojos de encima. Cada viernes, sin falta, el muy descarado viene, se sienta en la mesa más cercana de la barra y se come con la mirada a mi dulce Maruja. Ella, sin darse por enterada, sigue peleando con la máquina registradora, anotando los pedidos con la letra redonda y clara que yo mismo le enseñé a dibujar desde que se vino a vivir conmigo a casa. El tipo me arroja unas monedas, hace un gesto para atraer mi atención y me cuestiona, ¿has visto alguna vez una mujer más contradictoria que aquella?, señalando a Maruja con sus labios inferiores. Si no le rompo los dientes, es porque me he quedado pensando en la forma en que Maruja me ha convencido de tomar este empleo. Es ella la que debe todo ese dinero, pero soy yo el que se siente culpable. Ambos la vemos salir detrás del mostrador con dirección al baño. El sujeto repite la mueca anterior y allí estoy yo nuevamente escuchándolo decir: "Puedes creer que un metro sesenta de estatura, a lo mucho, puedan caber esas piernas infinitas".
Augusto Effio, Octubre 2005.

Walter

Al muchacho lo trajeron para reemplazar a otro cajero durante una semana. Era apacible y dócil. El señor Pinto, un indio recio de ojos verdes y gesto marcado, entró al banco gritando barbaridades, como siempre. Se acercó a su ventanilla y le armó un escándalo, para variar, de la nada. Walter, lo miró fijamente, se puso de pié lento y calmado, mientras el eufórico cliente lo seguía con la vista hacia arriba, conforme su estatura crecía hasta casi rozar el techo de la estancia. Silencio total. Luego, el señor Pinto dio media vuelta y se marchó, dejando en el suelo la huella sucia de sus zapatos, en minúsculos charcos de orine.
Hernán Polo, Octubre 2005.

Cash Register

Esperancita, lo reconocen todos en el restaurant, hace todo bien mientras dura su turno, por eso es la favorita de los clientes más habituales (en retorno, muchos de éstos le regalan una sonrisa: ella siempre las devuelve con ojos brillantes, de arriba hacia abajo). Precisamente ahora mira el reloj y se percata de que son las cinco pasadas. Se saca el mandil, el gorro blanco; borra con alivio la sonrisa de su rostro, deja de levitar, chapa sus cosas y se va.

Carlos Barrientos, Octubre 2005.