lunes, julio 24, 2006

Esquina de Rodó


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Mientras aguardaba la llegada del tranvía, pensaba en que ella aparecería en cualquier momento. ¿Qué le diría?... Ugarte sintió que esa inquietud le empezaba a afectar cuando se sorprendió aprisionando el portafolios nerviosamente. La instrucción recibida del doctor Azcárraga era precisa: esa cliente no debía perderse, los medios no importaban.

- ¿El Sr. Manuel Ugarte? –dijo una voz a sus espaldas-
- Sí, soy yo – dijo el muchacho, volteando-
- Mucho gusto, yo soy la Sra. de Hilliger –dijo la mujer, tendiéndole la mano-. Ha sido Ud. bastante puntual. El que llega es nuestro tranvía. Subamos.
- Sí, Sra., de inmediato... –dijo él, sin reacción-

Mientras discretamente se secaba el sudor de las manos en las perneras del pantalón al sentarse en el vagón, Ugarte se fijó en el porte distinguido de la mujer. Llevaba un vestido gris de mangas largas y cola discreta y se tocaba con un sobrio sombrero calado. Sus manos eran finas, llevaba las uñas pulcras y muy bien cuidadas. Olía divinamente.

- Sr. Ugarte, debo agradecer al doctor Azcárraga que le haya permitido ausentarse del Estudio esta mañana para asistirme con esta diligencia, y a Ud. por llegar a tiempo.
- ¡Ah!, Sra., no se fije... Hay muchos clientes del Estudio que nos citan a horas de lo más inusitadas... Hace poco me tocó atender a un cliente que...
- ¿Le dijo el doctor Azcárraga por qué lo ha enviado específicamente a Ud., Sr. Ugarte?– dijo la mujer, sin tomar interés en sus palabras, escrutándole el rostro-
- No. No, Sra. Me mencionó apenas que...
- ¡Mejor! –repuso ella, tajante-. Luego le explico yo, así ahorramos palabras. El doctor Azcárraga ha sido amigo cercano de la familia desde antes de que yo enviudara; su apoyo y consejo personales han sido para mí de gran valía en la gestión de mis asuntos privados, como Ud. seguramente sabe. Dígame, ¿cuánto hace que entró Ud. a trabajar en el Estudio?...
- Pues... hace unos cinco meses, Sra. No más allá de eso.
- ¡Ah!, casi coincidente con el viaje de bodas del nuevo matrimonio del doctor Azcárraga. Seguramente las nuevas ocupaciones familiares estarán tomándole al doctor parte del tiempo que antes dedicaba a la atención de sus clientes más privilegiados... ¿no cree?.
- Yo creo Sra. que, en realidad, no es que el Estudio haya estado desatendiendo los asuntos de Ud., sino que...
- Ya conversaremos con mayor detalle acerca de eso, Sr. Ugarte. ¡Llegamos!. Es aquí. ¡Bajemos!.

El tranvía se detuvo frente a la casona que hacía esquina con la calle Rodó. Ugarte tomó el portafolios y se levantó del asiento simultáneamente con la mujer. Cuidando la cortesía, se apeó antes que ella, turbándose al darle momentáneamente la espalda y sentirse mirado. Se percató que ella levantaba los ojos al tiempo de alzar levemente el mentón y las cejas, señalando en dirección a la casona. Caminaron uno al lado del otro los pocos pasos hasta la verja. Junto a la puerta, esperaba una criada mayor.

- Buen día, Sra., buen día Sr. –dijo la criada, apartándose del quicio-
- ¿Alguna novedad para mí, Flora? –dijo ella, mientras entraban-
- Ninguna, de momento Sra.; ¿atenderá Ud. al Sr. en el despacho?
- Sí, Flora, en el despacho. En el despacho, por ahora. Demos algún tiempo al Sr. Ugarte para ir comprendiendo con mayor precisión todas y cada una de las necesidades que hay en esta casa.

Quién sabe si de haber sido algo más avispado, Ugarte hubiera empezado a comprender el porqué la Sra. de Hilliger era cliente tan privilegiada del Estudio apenas un instante antes de que esos dedos de uñas tan bien cuidadas le empezaran a pellizcar, lascivos, la nalga derecha.
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.................................................................................cbg - jul.05

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuijjjjj.... me hace acordar a Stella Quintas, el Dr. Valverde y el Dr. G.