martes, enero 31, 2006

Craps

"The sacred geonetry of chance,
The hidden law of probable outcome:
The numbers lead a dance"

'Shape Of My Heart', Miller / Summers, 1985.


La escena está comenzando a rodarse (Foro 4).

Es de noche. Al fondo, un escenario pintado que asemeja un muelle. La Panavision de 35 mm. inicia el travelling aproximándose por detrás a un grupo de hombres acuclillados sobre la cubierta de un barco. Pantalones de pliegues, camisas con las mangas cortas dobladas hacia arriba, bigotes delgadísimos, peinados de copete alto y gomina, algunos gorros marineros. Una voz en off:

Hace una semana que he llegado a Veracruz. A hoy, eso es una eternidad completa. Llegó el momento de tomar una decisión: partir o quedarme... Como si todo pudiera reducirse a eso. Partir o quedarse...

La cámara, rodando sin ruido por un riel sobre el piso, bordea el círculo de hombres. Juegan a los dados, se les enfoca a las caras: se miran brevemente entre ellos, asienten. Zoom in: rostro del hombre en sus treinta, un rulo cae sobre su frente.

- Eche los dados, es su turno –dice uno-.
- Siete, siete, siete… -dice él, con una media sonrisa. Frota los dados con las manos cerradas, los sopla. Mira en derredor sin mover el mentón-
- Craps, ¿eh?... curiosa manera de decidir si zarpa hoy, ¿no, amigo?, -dice un tercero, alisando dos billetes -.
- (Mirando al tercero, de lado) Uno nunca sabe en qué puerto lo va a dejar el destino ¿no cree?. -y lanza los dados, que ruedan sobre la madera clara-.

La escena ha comenzado a rodarse hace veinte minutos (Foro 5).

Encuadre francés. Junto a una ventana abierta, una cama a medio destender. Larga galbana de domingo, olor a siesta, dos cuerpos calientes y respiraciones satisfechas. La radio encendida, una voz de atardecer, femenina, confesando en portugués dulcísimo:

Si acaso me quisieras sobre todas las mujeres / Sí, a mí, de la que hablan todos por ahí / Anda, dame rienda, tómame en prenda / Yo te hablaré de bondades, te diré medias verdades siempre a media luz / Y serás amo y maestro, preciado poseedor / Mas a la mañana siguiente, si aún me quieres no te apartes de mí / No, no me digas nunca que te veré partir…

El cielo es el de Río de Janeiro, teñido de un rosado-celeste indiscreto, irrespetuoso, sensual.

- ¿Hueles eso? -él mira al techo, la cabeza de ella descansa de lado en su brazo-.
- Mmmmm... sí. Huele a pan, ¿no?... -susurra ella-.
- Huele a pan.¿Te acuerdas?.
- Sí.
- Oye...
- ¿Mmmm? -ella remolonea y se acomoda, frota la barbilla sobre el brazo de él con los ojos aún cerrados, lo huele-.
- Uffff... ¡qué calor hace!... -se levanta, desnudo; camina despacio hacia la ventana, apoya las manos en los bordes y mira al infinito. Suspira-.
- (El mentón aún sobre la sábana, los ojos abiertos) ¿Y...? ¿Decidiste?...
- (Sonriendo y mirándola de lado) ¿Y si mejor lo dejo a la suerte?...

Claqueta y corte (Foros 4 y 5).

El blanco y negro se va haciendo de colores, el telón del escenario cobra dimensión, se vuelve un muelle sobre la bahía de Guanabara.

Llega el ocaso, gerundio, como un pincel enjuagándose en el agua.

En la cubierta de un barco, dos dados ruedan, atemporales.

Carlos Barrientos, Junio 2005.

lunes, enero 30, 2006

Negro. Sin Filtro.


Esa tarde estábamos reunidos Babs, La Maga y yo. En el pickup sonaba un tema de Charlie Parker, y mientras me fumaba lo que tranquilamente podría ser mi último cigarrillo en semanas, no podía dejar de pensar en lo singular que era mirar el humo azul teniendo a París como telón de fondo cuando hay un terrible aguacero. Sudando frío y con una inquietud molesta, en medio de la música oí un rumor repitiéndose (no sé, acaso sería el scratch...). Pensé que mi vida no era la vida del personaje gris inventado por un escritor tan gris como yo, ni que estaba con Babs ni con La Maga, que no llovía afuera y que el humo en vez de ascender, regresaba quedamente hasta la brasa leve de mi cigarrillo. Se me ocurrió pensar que estaba desensamblando un universo y que me estaba inventando otro, del lado de un computador que sonaba a Queen y que, tranquilamente, me ponía a escribir sobre un teclado con las dos manos. Debí hacerme otro hombre, porque me sentí menudo y mayor (no tengo cómo saberlo). Entonces me fijé que el escritor podría ser yo, y que todos los hombres podrían ser yo, en la infinita repetición de una mirada que apunta a los humos que salen de un cigarrillo, que tienen como fondo a la lluvia, que son nostálgicos y están llenos de ennui... Babs, La Maga, La Maga, Babs. Tal vez sí, visto desde mi perspectiva, desde este sillón viejo y maloliente que soporta mi abrigo gris, mis zapatos negros y húmedos, mi temblorosa humanidad, quién sabe si me gustaría ser el otro, el que está detrás de mis ojos. La Maga, Babs. Babs, La Maga. Charlie Parker, Queen, cincuenta años de por medio, prestándole al intruso mi perspectiva de trompetas y jams y él prestándome la suya, de pianos, sillón verde, pullover de lana azul y quieto olor a Davidoff. Pero no. No me place la complicidad cómoda y burguesa que él quiere encontrar sólo porque mira al infinito entre humos tristes y lluvias leves. Preferiré sentirme muy distinto a él y verlo quebrarse cuando se quede solo, cuando me lleve a Babs y a La Maga y él las empiece a extrañar de un modo angustioso y terrible. Cuando eso pase, el cielo estará gris y lluvioso, la música seguirá sonando y él encenderá un último cigarrillo, pensando en que Babs y La Maga estarán ahí sólo porque él lo escribe.
Carlos Barrientos, Febrero 2001.

viernes, enero 27, 2006

Accidente


Beta apagó el interruptor y entró al habitáculo atemorizado como un niño. Alfa, que dormitaba sobre lo que parecía un capullo blanco y aterciopelado, se asustó al ver los ojos de su compañero, enormes, negros y vacíos. Luego le dijo:

- ¿Por qué ya no nos movemos?.
- Es que creo que nos han visto.
- Imposible, tenemos el dispositivo de invisibilidad.
- Se dañó.
- ¿Se dañó? ¡Cómo!.
- Cuando nos dispararon ese extraño proyectil…

En ese instante, Alfa, se dio cuenta que mientras hablaba, Beta se desvanecía. De un lado del cuerpo, una herida visiblemente profunda y mortal, manaba un líquido semejante a la sangre. Seguidamente, un fuerte impacto lo remeció todo. Aturdido en el suelo, se escarapelaba con el sonido de la escotilla al ser violentada y, las luces fuertes que alguien le dirigía directo al rostro. Cuando lo levantaron, lo ultimo que vio al salir, fue el enorme letrero que decía: “Welcome to Roswell”.
Hernàn Polo, Enero 2006.

domingo, enero 22, 2006

Cero punto cero dos centavos


Debo esperar unos minutos hasta que el motor caliente bien. Eso es lo malo en los autos viejos: uno nunca sabe cuando les dará un infarto y quedarán allí, muertos, sin nadie que pueda resucitarlos, como carroña para la corrosión. Escojo un camino rápido para esquivar la hora punta – son las ocho menos cuarto -. Llego a mi oficina, el hastío se inicia al ver los papeles acumulados sobre mi escritorio, al frente las calles de san isidro comienzan a tener movimiento, los clientes inícian su ingreso en la agencia del banco donde trabajo.

Pasan las horas. No hay mucho movimiento, entonces aparece el señor B, un israelí avaro de la colonia judía, delgado desde que le quitaron la mitad de su intestino, con su cabello blanco y rumiando goma de mascar sabor a hierbabuena. Se acerca hasta mi escritorio. “Polito, ¡Me están cobrando dos céntimos de dólar en mi tarjeta de crédito!, ¿A qué se debe?”, Reniega.

Reviso su tarjeta de crédito en mi sistema, efectivamente adeuda ese insignificante monto. Trato de explicarle que se debe a un saldo que olvidó pagar. Se pone rojo, le sube la sangre, arma su típico escándalo, le hablo bonito y, termina por tirarme los papeles sobre el escritorio, luego se larga.

“Santiago”, le digo al muchacho de caja, “Paga en la tarjeta del señor B, cero punto dos céntimos y los debitas de mi cuenta”.

Por el ventanal sigo los pasos del judío mientras se va. Así continuará mi día, ahora comprendo a Hitler.
Hernán Polo, abril 2005

sábado, enero 21, 2006

Carta De Alosyus Sensinni


Cuál es la forma correcta de medir el tiempo. Por qué preferir la terquedad de engranajes y agujas si existen pulsiones más confiables. Digamos. El vaivén del mar de oscuridad y destello que deja tu mirada. El vuelo de tus manos, desperezándose para tomar con asombroso descuido alguna extremidad del mundo. Sordos movimientos que concluyen y reinician universos sin aspavientos, sin la exigencia de gritar un mediodía cualquiera. Y si el tiempo no fuera más que un curioso bicho al que debemos enseñar a marchar de regreso. Volver al desamparo de saber que sí existes y no tener certeza de tu propia búsqueda. Reconstruir nuestras voces iniciales, tímidas caricias que atraviesan muros y distancias. Restablecer la sumisión al primer contacto con tus labios. Reincidir en el temprano descubrimiento de la supremacía de escuchar y ser escuchado sobre cualquier urgencia de la piel. Y si el tiempo no fuera más que un bicho que se revuelca de patas y caparazón en el lodo del presente y se alimenta a desesperados bocados de un futuro incierto y viscoso. Entonces, no queda otra cosa que escuchar el crujido del tiempo debajo de la presión de mis zapatos. Ya no está, no existe más, adiós tiempo. Si no existe, no podrás acusar de necedad el que sienta por ti lo que uno siente cuando empieza a querer a otra persona, sin más, sin importar que hoy sea hoy y que los días de conocerte sean apenas unas cuantas hojas que no alcanzan a cubrir los restos del tiempo.

* Carta reproducida con autorización del autor, sin pretensión de beneficios ni ánimo de contravenir derechos de copyright (o copyleft, que no es lo mismo).

viernes, enero 13, 2006

Lab



¿En qué piensas?, dijo ella, apenas terminaron de hacer el amor. Él bufó, aburrido. Siguió callado y, para dormirse, contó una y otra vez los espacios de las varias costillas que Creador le había birlado en todas estas noches de ensayo y error.

Carlos Barrientos, Enero 2006.