lunes, enero 30, 2006

Negro. Sin Filtro.


Esa tarde estábamos reunidos Babs, La Maga y yo. En el pickup sonaba un tema de Charlie Parker, y mientras me fumaba lo que tranquilamente podría ser mi último cigarrillo en semanas, no podía dejar de pensar en lo singular que era mirar el humo azul teniendo a París como telón de fondo cuando hay un terrible aguacero. Sudando frío y con una inquietud molesta, en medio de la música oí un rumor repitiéndose (no sé, acaso sería el scratch...). Pensé que mi vida no era la vida del personaje gris inventado por un escritor tan gris como yo, ni que estaba con Babs ni con La Maga, que no llovía afuera y que el humo en vez de ascender, regresaba quedamente hasta la brasa leve de mi cigarrillo. Se me ocurrió pensar que estaba desensamblando un universo y que me estaba inventando otro, del lado de un computador que sonaba a Queen y que, tranquilamente, me ponía a escribir sobre un teclado con las dos manos. Debí hacerme otro hombre, porque me sentí menudo y mayor (no tengo cómo saberlo). Entonces me fijé que el escritor podría ser yo, y que todos los hombres podrían ser yo, en la infinita repetición de una mirada que apunta a los humos que salen de un cigarrillo, que tienen como fondo a la lluvia, que son nostálgicos y están llenos de ennui... Babs, La Maga, La Maga, Babs. Tal vez sí, visto desde mi perspectiva, desde este sillón viejo y maloliente que soporta mi abrigo gris, mis zapatos negros y húmedos, mi temblorosa humanidad, quién sabe si me gustaría ser el otro, el que está detrás de mis ojos. La Maga, Babs. Babs, La Maga. Charlie Parker, Queen, cincuenta años de por medio, prestándole al intruso mi perspectiva de trompetas y jams y él prestándome la suya, de pianos, sillón verde, pullover de lana azul y quieto olor a Davidoff. Pero no. No me place la complicidad cómoda y burguesa que él quiere encontrar sólo porque mira al infinito entre humos tristes y lluvias leves. Preferiré sentirme muy distinto a él y verlo quebrarse cuando se quede solo, cuando me lleve a Babs y a La Maga y él las empiece a extrañar de un modo angustioso y terrible. Cuando eso pase, el cielo estará gris y lluvioso, la música seguirá sonando y él encenderá un último cigarrillo, pensando en que Babs y La Maga estarán ahí sólo porque él lo escribe.
Carlos Barrientos, Febrero 2001.

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