jueves, mayo 11, 2006

La Muchacha Que Fuimos (Perdonando la Discordancia)


El día en que se empezó a escribir este diario ni ella ni yo sabíamos que iba a parecerse tanto a una de ésas libretitas de ‘Hello Kitty’, ésas que se abren y se cierran con llavecitas ridículas. Estaríamos ella, irremisible admiradora de los Sex Pistols y yo, el del temor a que mi nombre completo apareciera allí. Por eso, al blog le pusimos...

Como las cosas que yo escribía, todo se fue desarrollando de modo espontáneo, sin que ella o yo pusiéramos empeño en ir más allá de este monstruoso cadáver exquisito que íbamos componiendo a cuatro manos. Escribíamos todos los días y así posteábamos las ideas, pero, pese a todo, aún teníamos espacios para la conversación liviana y no comprometida de un Messenger por las tardes (ella tenía la sospecha de que su pareja usaba algún lector remoto de pantallas que operaba en su computadora en modo stealth). ‘¿Cómo anda el clima?’, ‘¿Oíste aquello de Lou Reed?’, ‘¿Saliste temprano de dictar hoy, no?’: eran todas frases que bien se hubieran podido decir entre amigos de modo inofensivo. Todo eso escondía nuestro algo.

Al responderme el día en que la llamé por primera vez, tras seis meses de chat y blog, me di cuenta de que su voz era débil, distante de la que yo siempre había imaginado. Al fondo correteaba su hijita (también a ella le oí la voz). ‘Me cago por ti’ –me dijo-. ‘Y yo’, le dije, con el agobio de decir algo que no brota espontáneo, que se atora en la garganta. ‘Feliz día, que la pases muy bien...’.

Me enteré que murió de enfisema. O lo imaginé, no sé.

Acaso sea por eso que la muchacha que ambos fuimos, aquella que a veces sonreía y que meticulosamente guardaba la llavecita en el cajón chiquito de la cómoda cada vez que, primorosa, anotaba otro de nuestros sueños, haya empezado a menstruar hoy.
Carlos Barrientos G., Julio 2004.
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