lunes, noviembre 21, 2005

Detrás del Mostrador


¿Se han fijado en que cuando alguien nos atiende tras un mostrador parece ser de mayor estatura de la que realmente tiene?




Mujeres Contradictorias

Le sirvo la última cuba sin sacarle los ojos de encima. Cada viernes, sin falta, el muy descarado viene, se sienta en la mesa más cercana de la barra y se come con la mirada a mi dulce Maruja. Ella, sin darse por enterada, sigue peleando con la máquina registradora, anotando los pedidos con la letra redonda y clara que yo mismo le enseñé a dibujar desde que se vino a vivir conmigo a casa. El tipo me arroja unas monedas, hace un gesto para atraer mi atención y me cuestiona, ¿has visto alguna vez una mujer más contradictoria que aquella?, señalando a Maruja con sus labios inferiores. Si no le rompo los dientes, es porque me he quedado pensando en la forma en que Maruja me ha convencido de tomar este empleo. Es ella la que debe todo ese dinero, pero soy yo el que se siente culpable. Ambos la vemos salir detrás del mostrador con dirección al baño. El sujeto repite la mueca anterior y allí estoy yo nuevamente escuchándolo decir: "Puedes creer que un metro sesenta de estatura, a lo mucho, puedan caber esas piernas infinitas".
Augusto Effio, Octubre 2005.

Walter

Al muchacho lo trajeron para reemplazar a otro cajero durante una semana. Era apacible y dócil. El señor Pinto, un indio recio de ojos verdes y gesto marcado, entró al banco gritando barbaridades, como siempre. Se acercó a su ventanilla y le armó un escándalo, para variar, de la nada. Walter, lo miró fijamente, se puso de pié lento y calmado, mientras el eufórico cliente lo seguía con la vista hacia arriba, conforme su estatura crecía hasta casi rozar el techo de la estancia. Silencio total. Luego, el señor Pinto dio media vuelta y se marchó, dejando en el suelo la huella sucia de sus zapatos, en minúsculos charcos de orine.
Hernán Polo, Octubre 2005.

Cash Register

Esperancita, lo reconocen todos en el restaurant, hace todo bien mientras dura su turno, por eso es la favorita de los clientes más habituales (en retorno, muchos de éstos le regalan una sonrisa: ella siempre las devuelve con ojos brillantes, de arriba hacia abajo). Precisamente ahora mira el reloj y se percata de que son las cinco pasadas. Se saca el mandil, el gorro blanco; borra con alivio la sonrisa de su rostro, deja de levitar, chapa sus cosas y se va.

Carlos Barrientos, Octubre 2005.

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