lunes, noviembre 21, 2005

Hanan Pachaq Llanq'y (O Tocar El Cielo, Que Le Dicen)




Bolero

El crujir de los tablones en el salón, se disimulaba muy bien con los compases adormilados de la música. A Herminio no le gustan los boleros, pero el aguardiente anegado en sus pupilas y en los recuerdos de su mala fortuna con las mujeres, lo obligan a tomar el talle de su acompañante e improvisar un par de pasos de desagravio. ¿Cuánto por subir?, se apresura a requerir Herminio, viéndola a ella posar la cabeza sobre su hombro. Son cincuenta, dejas veinticinco en la barra y el resto me los das a mi, al final, explica la muchacha, desentendiéndose de la melodía que mueve sus caderas. A mitad de los escalones, Herminio se anima a pellizcar el bulto que encuentra al final de la espalda de la muchacha. Ella retrocede con un contoneo firme, en señal de aprobación y demanda que el pago sea por adelantado. Sin contar los billetes, los oculta entre sus piernas, besándose luego la punta del índice y ofreciéndosela a Herminio con los labios apretados. Esto es sólo el comienzo, agrega ella, palpando la erección de Herminio con la otra mano. Ya en el pasadizo, caminan separados. A Herminio le extraña escuchar con absoluta nitidez el eco de los tacones de la muchacha, y nada más que eso. Se dice de inmediato que aún es temprano, y que tal vez sea el único cliente que al que no le gustan los boleros. Ella elige una habitación y arrastra a Herminio a la oscuridad que se abre justo detrás de una puerta. Sin distinguirse el uno al otro, inician con un largo beso en la boca.

Al cabo de unas horas, se les ve nuevamente en el salón. Ahora, la pista de baile está casi desierta. Herminio pide otro aguardiente, tiene los labios resecos. Se inicia la tonada del siguiente bolero y él estira la mano, invitándola a retomar el baile. Ella se queda sentada, libera un suspiro perezoso y responde, diez por pieza, pero esta es la última, ¿de acuerdo?.

Augusto Effio, Noviembre 2005


Creación

Él hace que suba, apurándola.

Sin darle tiempo siquiera a acomodarse sobre el andamio y volcando un tarro de pintura (que cae con tremendo estrépito sobre el mármol, coloreándolo) el aprendiz le levanta las enaguas y la empieza a follar, desvergonzadamente. La estructura, alta y frágil, sigue el movimiento rudo y acompasado de sus caderas mientras la moza se muerde los labios. En algún momento de su afanado meneo ella ha extendido los brazos y ha rozado con el índice, imperceptiblemente, la pintura fresca. Ahora ella le abraza con furia y ruega que la riquísima dulzura que siente jamás se acabe (es celeste, aún a ojos cerrados). Él termina de zarandear -satisfecho, babeante y breve- el primer orgasmo que ha tenido con una mujer en su vida. Se besan, húmedamente. Ella gira la cabeza y, viéndolo todo desde la quietud de la plataforma, piensa en Dios y siente que él es como Adán, desnudo y enorme.

Él hace que baje, sonriéndole.

Piensa: antes de limpiar el estropicio de la pintura sobre el mármol y que alguien lo reprenda malamente debe retocar el borrón que ella ha dejado con uno de sus dedos sobre el fresco. No fuera a ser que en 1980, cuando empezaran las faenas de reparación integral de la Capilla, a esa restauradora de ojos verdes tan bonitos se le pudiera ocurrir pensar (así, echada de espaldas) que ese detalle, tan pequeñito, se le hubiera podido escapar de un modo tan burdo a su maestro.

Carlos Barrientos, Noviembre 2005.


Problema Personal

Me senté al borde de la cama, con las piernas desnudas y bien juntas, apoyando mis codos sobre las rodillas y el mentón en los nudillos, me sentía terriblemente mal. Sara, dormía plácidamente envuelta entre las sábanas, dejando al aire su trigueño muslo. El trajín fue duro. Ahora, miro al techo y callado me pregunto, ¿Por qué me siento tan mal?. Al rato, su mano suave, me toma por el hombro y me dice :"Ya, no te preocupes más y échate a mi lado para calentarnos que hace frío, nos queda poco tiempo". Sin voltear le pregunto : "¿Qué te pareció? ¿Estuvo bien?", se rió con picardía y me respondió, "Con el tercero, creo que traspasé el cielo". Silencio total. Abrí las sábanas y me acurruqué a su lado, pasándole la pierna por encima, se sentía tan bien, que me dormí al instante.

Hernán Polo, Noviembre 2005.

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